Edu era el niño nuevo de la
clase, y la verdad es que no le gustaba demasiado.
Los demás niños no le hablaban,
nadie quería jugar con él, hacían lo imposible por mantenerse lejos y cuando se
acercaban casi siempre era para burlarse de él y mirarle como si fuese un bicho
raro.
Y es que Edu era un niño
distinto a los demás, ¿queréis saber por qué?...., pues porque Edu era un zombi.
Si, si como os lo digo, un zombi
como los que podemos ver en las películas de miedo, uno de esos zombis con
ropas rotas y sucias, uno de esos zombis de color verde y de ojos saltones,
pero sobre todo, sobre todo, era un zombi bueno.
Su mamá siempre le había dicho
que era un niño como los demás porque reía igual que los niños de carne y
hueso, porque cuando se caía se hacía daño igual que los demás, porque le gustaba
jugar a pilla pilla igual que a los demás y porque también sufría si le
trataban mal, igual que los demás.
– Este mundo es como un enorme
jardín - le decía su madre - y los niños
son como las flores, si todas las flores fuesen del mismo color sería un jardín
muy aburrido. ¿No te parece Edu?
Pero el pequeño Edu no
respondía, prefería seguir allí abrazado a su mamá, acurrucado en sus brazos donde
nada ni nadie podía hacerle daño, seguro y calentito como en ningún otro sitio.
Un día Olga, una niña alta y flacucha
que siempre comía chocolate, se acercó a Edu durante el recreo, y le
preguntó por qué estaba tan solo.
– Nadie quiere jugar conmigo,
soy feo y doy miedo
– A mí no me pareces tan feo y
por supuesto que no me das nada de miedo
– ¿Ah, no? - preguntó el niño zombi
- pues tenías que verme cuando estoy resfriado, cada vez que me sueno la nariz
los ojos se me caen al suelo y luego no los encuentro por ningún sitio.
Los dos niños comenzaron a reír
y Edu siguió contando cosas divertidas que le pasaban en su vida como zombi
viviendo en el cementerio municipal.
Le contó como su familia y él
se escondían detrás de las tumbas para asustar a los ingenuos visitantes y de
como jugaban a intercambiarse las orejas, o los brazos, o la nariz; era como
jugar al Sr. Patata, pero con uno mismo.
Cuando el resto de niños vieron
reír a Olga y Edu, empezaron a tener curiosidad y decidieron acercarse a oír
lo que el niño zombi estaba contando. Al principio solo se acercó uno, luego
dos y poco a poco todos los niños del colegio se acercaron a él.
Al poco tiempo todos se reían y
lo que fue aún mejor todos y cada uno comenzaron a contar las historias más divertidas
que os podáis imaginar.
Para Edu aquel fue el día
más feliz de su vida y los demás niños entendieron que da igual si eres guapo o
feo, gordo o flaco, si llevas gafas o aparato en los dientes, si eres ciego o
vas en silla de ruedas, si eres de aquí o has venido desde muy lejos.
Porque todos los niños tienen dos
cosas en común, un montón de historias divertidas para contar y un enorme
CORAZÓN.
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